“A mí me educaron en la inercia y ahora no lo puedo remediar.” Con estas palabras comienza la entrevista que este periodista ha realizado en la cárcel de Seto Grande.
La tarde está algo sombría, nublada, lo que es bueno para cualquier entrevista que se precie; es mucho mejor pillar al entrevistado triste, deprimido o melancólico que alegre y dicharachero, estos últimos hablan más pero mienten con mayor frecuencia. “Gravando el dos de octubre del año en curso” (Esto siempre lo digo con voz seria, como de radiofonista viejo)
La escena no se corresponde a la idea que tenemos todos de lo que es una cárcel al uso, aquí no hay presos con trajes a rayas, ni bola encadenada a la pierna. El lugar es una habitación limpia, pintada de un gris marengo suave, con una ventana protegida por un estor de vinilo en color negro; la mesa baja es de madera con buen diseño y las sillas, en no siendo de Van der Rohe, son muy similares. De no ser por las bombillas de bajo consumo que parece se esfuerzan en iluminar, todo sería muy normal, quizás como en cualquier club de esos sobrios.
El entrevistado quiere ocultar su nombre y en un intento de seducción me habla de tu, sin conseguir este acercamiento, el usted es mucho mejor, da la sensación de que uno se mantiene al margen y no se ha de contagiar con las palabras.
Un guardia se acerca por la seña del preso, algo le dice al oído, sale raudo y al momento regresa con dos botellas de agua mineral de color azul y un cenicero. Lo dicho, esto parece un club, claro que desde que el gobierno ha cambiado, no paran de entrar miembros con buena fortuna, no por sus perpetuas, más bien por sus cuentas bancarias en países extraños.
-.“A mí me educaron en la inercia y ahora no lo puedo remediar.” Ya estamos en buena posición, marcando los territorios, prosigue: “Mi familia era normal, gente que por mucho que lo intentase no salían de la miseria, hasta que rompieron los lazos, aceptaron lo que eran y lo hicieron. Es cierto que “miseria” para mí nunca tuvo el mismo significado que para otros, pero lo era. Un empleado fiel, casi esclavo con amo déspota que cobraba un sueldo escaso y tres hijos a los que vestir, educar y alimentar. Aprendí de mi madre que uno debe tomar lo que le apetece y de mi padre a mentir con cierta calidad. Ambos hacían lo que podían. Él por las mañanas con la camioneta de la empresa transportaba a otros trabajadores y cobraba por esto, a veces hacía pequeños viajes a pueblos vecinos. Si llegaba tarde a trabajar el amo no decía nada, a la hora de comer era posible que le encargase algún mandado que le desviaba unos kilómetros de su casa, esto no lo pagaba. Nunca nos faltó en la casa material de fontanería, sobraba y mi madre solía revenderlo a los vecinos muy por debajo de su valor. Trabajaba en esto, era el almacenista de la empresa de fontanería.” Aquí su voz ha bajado de tono y bebe un poco de agua a la par que enciende otro Winston.
“Mi madre era una pobre mujer que limpiaba por horas en diferentes casas del barrio alto. Gracias a ella teníamos buenas ropas y otras cosas, pequeñeces que se traía de las casas donde había tanto que nadie se daba cuenta. Por estas sisas, cuando ingresamos en el colegio de curas no parecíamos unos desgraciados.
Evoco la primera vez que entramos en unos grandes almacenes, unos días antes de navidades, la idea era comprar algo para los abuelos que venían del pueblo. Recuerdo como a la hora de pagar la dependienta se equivocó. Vi claramente un billete verde y ella devolvió otro como ese y unas monedas. Miré a mis padres que a su vez se miraban y una gota de sudor le bajaba al hombre por la sien hasta llegar a la patilla. Giraron sobre sus pies con la bolsa en la mano y salimos corriendo del establecimiento, ni siquiera bajamos en el ascensor. Al salir ambos callaban y sonreían, esto a la fuerza tenía que ser bueno, un regalo.
En otra ocasión me encontré a la puerta del colegio, justo en la parada del autobús, ese que solo era para los que se lo podían pagar, una bolsa con ropa deportiva. En casa mi madre se puso muy contenta, con unos pequeños cambios bien le iba a venir a mi hermano.
Al ir haciéndonos mayores fuimos descubriendo pequeños chanchullos que se justificaban porque eran para sobre vivir. Ya no usábamos el coche del taller, ahora mi padre tenía un coche propio y una pequeña empresa, no declarada, de colocación. Conocía a muchos empleadores y muchos más que buscaban trabajo, con esto pudo pagar mi universidad y en el tercer año ya estaba trabajando a las órdenes de uno de aquellos que él proveía. Mi gusto por los números me hizo alcanzar el grado de contable y la facilidad para el inglés me puso al frente de una de las filiales de la firma. Ellos también subían como la espuma. Era sencillo escamotear a los trabajadores parte de los sueldos y tampoco se pagaba para cubrir la Seguridad Social, nadie miraba estos pequeños detalles. Compré aquí, vendí allá… firme, negocié y por fin tuve una oferta para ser tesorero en el partido.”
Ahora bebe lo que queda de agua, el cenicero está casi lleno. Toma la botella y la levanta, con el típico gesto que uno tendría en la mesa de una tasca cualquiera. El guardián entra de nuevo con dos botellas más. Él le comenta algo al respecto y se va sonriendo.
“Estos pobres, a poco que les des se ponen contentos. Ahora su hijo podrá entrar en una secretaría y empezar a subir, que me han dicho es listo.”
A estas alturas me da un asco moral doloroso, no me deja que le haga preguntas, casi está haciendo que escriba su biografía gratis. Me recompongo en la silla, que esto que me cuenta es de lo más aburrido, todos imaginan que ellos, esta casta de sinvergüenzas han aprendido desde la cuna.
-.Señor Tal, voy a empezar la entrevista, no sea que se nos haga tarde y no podamos dejarla concluida; ya sabe que la tengo que entregar para el suplemento del domingo…
Con un gesto condescendiente me anima a que pregunte.
-.¿Cuándo fue la primera vez qué, estando en el gobierno, le ofrecieron alguna ventaja para facilitar un proyecto?
“Mira que son todos iguales! No se enteran de nada cuando está pasando y luego vienen aquí a pedir explicaciones. Hijo, es usted un bobo o un ignorante, ya salió en el juicio que todos estamos emparentados. Pertenecemos a una secta donde el que no roba lo suficiente, el que no tiene tal o cual categoría de poder, se va a la calle. Tenemos hijos solo para que se casen unos con otros y así hacer más fácil la organización.”
-.Eso es la Mafia, la de toda la vida. Dije intentando poner cara amable, con la esperanza de que empezase a largar.
Me miró abriendo mucho los ojos, hizo un ademán de pegarme, como si me fuese a dar una bofetada. Me aparté porque casi la vi venir y él se contuvo.
“Serás gilipollas! Esto es mucho más fuerte que la mafia, nosotros somos hermanos de una cofradía que no dudaría en cortar las piernas al mismísimo Al Capone. Muchos de esos malnacidos que se dedican al tráfico de armas o a las drogas, trabajan para nosotros. Todo el mundo lo hace, todos nos pertenecen…”
-.¿Y entonces? ¿Por qué están ahora presos? Si tanto poder tenían y tienen ¿por qué no siguen en el gobierno?
“Querido ignorante, esto son unas vacaciones. Mañana moriré por alguna causa natural y en breve mi hijo estará formando un gobierno nuevo. Me llevaran a las islas paradisíacas donde tengo mi dinero y allí descansaré, nosotros también nos renovamos.
Mejor… borre esto que ha escrito… ¡qué lo borre le digo!”
-.No puedo señor, esto es la única información decente que he sacado, ahora sí se puede hacer un buen articulo. Dígame, hasta qué grado está implicado el gobierno… ¿hasta dónde llega su poder? ¿También en las administraciones regionalistas, las grandes empresas que les pertenecen, son del grupo?
Acabó de beberse otra botella de agua azul y me la estampó en la cara. Cayeron mis gafas, mi cuaderno, la grabadora… Cuando desperté estaba tirado en un descampado. Mis ropas eran otras, no me pertenecían, ni siquiera llevaba zapatos. Un hombre me gritó desde una camioneta, “Sube sinvergüenza, ¿Qué pensabas que te podías escaquear? Hoy tenéis que vaciar un buque en el puerto, han llegado las nuevas armas para el gobierno y están como niños con zapatos nuevos.“
Subí y desde ese momento no he parado de acarrear, kilos y kilos de peso en estas cajas de madera que no tienen identificación. Al lado hay un yate de nombre Esperanza y veo como un séquito de gente que me resulta familiar llegan y embarcan. Alguien gordo, seboso, me saluda desde la proa… pero no recuerdo de qué le conozco.