LA VERDADERA HISTORIA DEL REY ZOG I DE ALBANIA.

“Mama, quiero ser rey, rey de Albania”… esto era lo que escuchaba la madre de Zoguito todas las mañanas.

Su madre, como no quería contrariar al niño, que se cogía unos berrinches que pá que, le animaba en el asunto. Lo levantaba con cuidado para no estropear los rizos que iban empaquetados en aquellos bigudíes, cubiertos por un gorrito con puntillas. Le quitaba el camisón y lo lavaba cuidadosamente con paños calientes, para a posteriori rociarlo de polvos de talco y perfume, uno para cada parte del cuerpo, pero todos con aroma a rosa. Rosas de Pitiminí para los pequeños hoyuelos que tenía junto a la boca, Rosas de Mongolia para los huecos detrás de las rodillas, o Rosas salvajes del Caribe para la línea que separa la nuca del pelo. Así el pequeño Zoguito se enfrentaba a un desayuno a base de frutas y bollos machacados en su jugo, que la sirvienta vienesa le daba a la boca todas las mañanas con una cuchara de oro. No voy a contar la profusión de encajes y perlas que podía acompañar la vestimenta del chico, sería tan largo y complicado de describir que no acabaríamos en dos semanas largas y de invierno.

La familia no tenía nada que ver con la nobleza real, ni mucho menos, pero cómo quitarle al niño esa ilusión, total, solo tenían un hijo y porque no dejar que se sintiese príncipe. Ya se le pasaría cuando tuviese esa edad en la que uno deja de ser amante de sí mismo para amar a otra persona.

Todo en él era real, su paso, que más parecía un deslizamiento por losas que pusiesen los mismísimos ángeles, acompañaba la entrada en cualquier lugar, cual escenario de opera prima.

Con los años, no se cumplían sus deseos, y los berrinches se oían desde la otra punta del pueblo. Su padre vendió todo lo que tenía para que el chico marchase a la capital, Ortodoksit (Tierra de ortodontistas) y allí se hiciesen realidad sus deseos. El séquito que lo acompañó en aquel viaje se componía de doscientos de los más fornidos muchachos de la comarca, todos uniformados como de gala y bien adiestrados en el baile, que es muy parecido a la marcha militar pero en bonito. Cuando lo vieron llegar en vez de pensar que era un visitante o un nuevo vecino se rindieron a sus pies, lo tomaron como un conquistador y en esas que aquel sin darse cuenta de nada y como si la cosa no fuese con él, dejó que le llamasen majestad, alteza y demás cosas de estas que van marcando lo que propiamente es un rey, aunque en este caso fuese una broma de los ortodoncios. Un día unos desaprensivos quisieron apoderarse del país y él como persona educada que era les ofreció un almuerzo para ver cuáles eran sus pretensiones. Al llegar al postre no se habían puesto de acuerdo en que el país, Albania, era de los albaneses y que por mucho que Zog, ahora era ya Zog primero, quisiese, no podía complacerlos; no quería para nada, ni siquiera cuando le dijeron que podían pertenecer a un mucho más grande que tenía millones de almas dentro de sus dominios.

Zog I de Albania, a pesar de que la gente no se había enterado muy bien de que él era, sin remedio, un rey por naturaleza, se tomó muy en serio el papel y ofreció a sus invitados uno de los dulces que de la tierra eran famosos. No pudieron aguantar el olor a rosas que tenía aquella crema y ese tono verdoso que recordaba más a la deposición de una vaca que a una comida gustosa. Se lo comieron porque eran educados; fueron muriendo de a pares, hasta terminar todos tiesos y malolientes tirados en el pozo de la plaza del pueblo, que luego se taponó con piedras y cal. Esto hizo que se dividieran las opiniones; unos se alegraban por no pertenecer a otro país y seguir siendo independientes y el resto estaban enfadados porque se quedaron sin el único pozo que proporcionaba agua clara a la ciudad.

Lo que más le gustaba al hombre, ya príncipe de los cuentos y hermosura de los jardines, era la pasta italiana y sin darse cuenta dejo que en las tierras se instalasen todos los macarronis que quisiesen. Triste decisión, poco a poco estos italianos cocineros se fueron haciendo con las recetas ancestrales de la población albanesa, por robarles, les robaron hasta los dos idiomas que hablaban y lo más terrible que podía pasar: mataron todos los rosales que allí se cultivaban. Como esto les hacía muy desgraciados no sabían muy bien a quien culpar, la rabia les colmó y expulsaron del país a Zog y a todos sus familiares. Hizo las maletas llorando, se llevó todo aquello que le parecía debía pertenecerle, sobre todo lo que le recordaba a su estado real y se fue a Inglaterra, que es el país más amante de las rosas del mundo.

Allí vivió como en una burbuja, desentendido de lo que pasaba en su país y rencoroso, no perdonaba que le hubiesen echado. Murió en Francia, donde se trasladó pensando que le dejarían un ala de un edificio bonito, donde antaño había vivido un tal Luis. Tenía unos jardines hermosos, llenos de rosas sin olor; no pudo ser, pero adquirió un pisito de dos habitaciones, salón comedor, esquinado y con vistas a un bello patio interior donde por suerte había un gran rosal que era primorosamente cuidado por la señora portera. Una italiana a la que escupía cada vez que veía, pero ella, como buena mamma, recogía aquel escupiñajo y lo echaba en el rosal. Era increíble lo bien que le venía a esta planta los jugos del real inquilino.

Murió un día de excursión en Suresnes, que es un bonito lugar cerca de Paris, famoso por la carencia de todo tipo de plantas, salvo unas rosas que no huelen, evidentemente, son de pegatinas que se usan a modo de decoración política, recuerdo de viejos encuentros.

Hace unos días lo encontraron en la casa, allí, en estado cadavérico ha estado veinte años. Silencioso, con pago automático de los gastos, nadie, excepto la portera le echaba de menos, pero como bien dice la mujer: “Olía divinamente a rosas y no era cosa de enfadarlo, que tenía muy mal humor” La policía ha sacado el cadáver en estado incorrupto, oliendo a la tan famosa flor; en una caja de cartón ha salido al aeropuerto camino de su querida Albania donde lo querían enterrar sin honores. Ha sido imposible, ya desde que la caja acartonada con su cadáver llego al aeropuerto de Nënë Tereza, en la mal llamada Tirana (el nombre que le pusieron a la capital los italianos era Tarara, en honor a la canción esa que dice: “La tarara, si, la tarara, no, la tarara madre me la quedo yo”) El país que es pequeño se ha quedado sin habla, olía primorosamente a rosas y tanto hombres como mujeres o niños se quedaban impregnados con el aroma. Tanto les ha gustado que por fin han nombrado a Zoguito, rey, solo Rey de las Rosas. Todos saben que esta era su verdadera pasión y que no hubiese cambiado por nada este título tan importante.

Descanse en paz rodeado de rosas nuestro gran monarca Zog I, rey de las Rosas de Albania.

 

Muchas, muchas gracias Señor Dios!

Muchas gracias por todo lo que me has quitado en esta vida. Ya sabes que soy un obrero de baja categoría desde que aquél verano mi padre me dijo que me tenía que poner a trabajar, que me fuese a la costa, que allí había trabajo de camarero. Gracias por haber podido trabajar toda la vida en eso, sin mayores intenciones, que ya se sabe que camarero lo puede ser cualquiera, pero uno bueno, siempre dispuesto con los clientes, siempre aguantando a los jefes con un humor cambiante.

Gracias por no dejarme comprar un piso en el dos mil, estaba claro que con mi sueldo de camata era imposible pagar las letras, incluso cuando juraba que de media conseguía el doble en propinas. No hay palabra que cubra mis juramentos y ni el jefe quiso ayudar en este caso… en este, ni en ningún otro, que tampoco lo ponía fácil si quería tener un día de fiesta. No pude ir ni al funeral de padre que murió en agosto y ya se sabe ese mes es sagrado, perdón, para los hosteleros.

Gracias por todos los puestos de trabajo que he tenido, incluso por esos que al ser de temporada no me querían dar de alta y ahora parece que nunca trabajé. Gracias por no dejarme casar con la cocinera, tantos años ahorrando para la entrada del piso y al final, lo que quería es irse al pueblo, tantos años esperando que se aburrió de cocinar, de turistas, de mí. Gracias por dejarme comprar la moto con parte de aquel dinero y por permitir que el resto se me fuese en alcohol. Menos mal que tuve ese accidente, porque de no ser así, hoy seguiría bebiendo y habría olvidado darte las gracias.

Aquí estoy en el asilo del pueblo, con una botella atada a la pierna para mear, compartiendo habitación con tres viejos más y sin nadie que me visite. Ahora me alegro de no haber tomado drogas, mi cirrosis estaría peor. Veía a mis jefes irse, al cerrar al casino y envidiaba eso, pero gracias a Dios nunca tuve suficiente dinero, ni una buena corbata para poder acercarme aunque solo fuese a mirar.

Gracias por no dejarme tener mayores agujeros, esos que la gente desea pagar con la quiniela. Gracias por la vez que me toco los ciegos y compre sellos de no sé qué galería de coleccionista. Menos mal que se perdieron, no hubiese sabido que hacer con ellos. La chica que me los ofreció no paraba de frotar sus tetas en mi brazo y no lo pude remediar.

Agradezco tu favor al ponerme al lado a esa buena mujer, con aquella manera dulce de hablar, pero podrías haber hecho un esfuerzo y no dejarle que me robase todo lo que había ahorrado, que no era mucho, lo justo para volver al pueblo y arreglar un poco la casa de los padres.

Agradezco este dolor que no se me deja en paz, que no es cosa de tomar nada mejor, total he de morir lo mismo y los médicos dicen que no hay para pruebas. Les he oído decir que es normal pá lo que me queda. A ver si tengo suerte y duro unos meses más, porque me han dicho que mis sobrinos vendrán de Alemania, si hubiese sido tan listo como mi hermana, a ella le habría puesto contenta ver que los suyos están haciendo lo mismo que hizo ella y que conocer el terreno ha servido a los nietos. Es de agradecer esta vida sin sobresaltos que me has dado y espero que me perdones las veces que te ofendí yendo de putas o bebiendo. Me gustaría pedirte si no es mucha molestia que mi equipo gane la copa, por una vez; seguramente hay muchos solitarios como yo que en día de gloria se deja abrazar por otros hinchas y nadie sabe lo que se alegra uno. No dejes que esta enfermera que escribe lo que le digo se vaya a la calle, ella es como yo, una agradecida, que se pudo quitar de encima a ese cabrón que la pegaba y ahora se ha quedado con los dos críos y la hipoteca. No permitas que le quiten la ayuda por su madre, que la mujer no vivirá mucho y de mientras pueden ir pagando.

Muchas, muchas gracias Señor Dios! Si muero ahora, sé que soy una ayuda, ya no estaré en el paro y eso algo es, no consumiré recursos, no gastaré una cama que hay muchos esperando. Espero que llegue el cura para que me bendiga y me cuente que todo esto que digo llega a tus oídos, que no sé yo si he de llegar al cielo o quedarme por el camino y poder ver la vida de los demás que siempre me pareció tan como de película. Ser espectador es lo que tiene, te aprendes los diálogos y sueñas con repetirlos.

Gracias por todo. Lo que me diste y lo que, está visto no tenía derecho.

Dormir es un poco morir. La siesta.

Dormir es un poco morir. Si la petite mort es eso, la gran mort es la inevitable, la siesta es un tocarla suavemente, con la punta de los dedos, pero casi rondando la consciencia.

El sonido horrible del aparato maldito, el invento del diablo a la hora de una siesta le dice al durmiente que debe romper con la parte lucida de la muerte y dejar de ver el otro plano. Estira la mano, a tientas, sobando los restos del postre y el café, tocando a ciegas como en un concurso de la televisión donde hay que acertar para llegar al destino. Allí está el causante, los causantes, que te acuerdas del mismísimo Bell, por conocido y del espíritu maldito que hace despertar a la bestia. Buscas de entre todos los botones uno que apague el ruido, uno que no te obligue a la comunicación, que deje entrever al que llama que no estás, sin ofender, no sea que sea un amigo o una noticia triste, entonces las maldiciones se vuelven en tu contra. Desearías tocar la tecla pero el fabricante debió ponerla debajo de la cavidad de las pilas e irremediablemente le das y aceptas una llamada, como se acepta algo irremediable.

Teniendo las cuerdas bocales atrofiadas por el sueño es complicado hablar, un “¿Si?” será más que suficiente… Preguntas y más preguntas que no entiendes. Se dará cuenta el interlocutor de que te daría igual que fuese el rey de un gran país o tu mismísima tía monja muerta. Contestas por inercia, con la seguridad de que el otro se ha dado cuenta de que no estás en tu sano juicio. Maldito el que llama a una hora en la que la gente debería de darse cuenta de que puedes no estar disponible, no querer estarlo. Contestas y lo más triste es que encima no es para ti. Maldito inventor que no hizo que el sonido del diablo tuviese un color, un tono para cada uno de los que están en la casa o en vez de ese ruido de estúpida onomatopeya, diga tu nombre en voz alta… no, casi mejor que no, esto podría tener connotaciones infantiles poco agradables.

Es igual, ya te han despertado y en vano intentas volver a que las sucias mantas de sofá te arropen, ellas solas podrían caminar hasta la lavadora, y hacer a la puerta una manifestación exigiendo un trato justo. Imposible, no es que no se pueda volver a dormir, se podría pero hay un velo luminoso que te quita la idea… la culpa. ¿Por qué será que todo lo que nos gusta acaba produciéndonos una culpa estúpida?, un sentimiento que no sirve para nada, salvo para amargarle a uno la vida.

Ya te has despertado y tomado la primera decisión a modo de bautizo, de prueba fehaciente de que estás ya en este otro lado y esa sensación conocida, cotidiana se siente cerca. La boca seca, sin pálpito en el corazón, la vista no encuadra y una terrible necesidad de orinar se apodera de ti. Buscas en vano el zapato sinvergüenza, ese que aprovecha y juega al escondite cuando sesteas. Los zapatos son como los hijos; tienes dos y a pesar de que quieras que ambos tomen el mismo camino de la bondad, sabes que la maldición de Caín y Abel nos persigue; uno de ellos desea la libertad y hay que retenerlo a tu lado o no servirá para nada, no tendrá futuro, romperá el del hermano.

Ya en el aseo, sentada en la fría taza intentas recordar los sueños, esos que el absurdo puebla y maneja a su antojo. Apoyas tus brazos en las rodillas parafigurando a Rodin y te das cuenta de que así podrías quedarte una o dos horas más. Los pensamientos se alejan, la tranquilidad te embriaga y… tienes que tener cuidado porque si no espabilas, bien podrías pegarte un trastazo contra el lavabo que inamovible espera tu frente.

Ya no hay vuelta atrás, necesitas espabilar y volver a tomar la vida como lo que es, un impasse entre un sueño y otro que se rompe por una llamada de teléfono, que tampoco te la ha de cambiar, ni siquiera te emociona lo suficiente como para desear despertar.

EL MODO EN QUE LAS AVES TOMARON COLOR

La Tierra toda era un colmado de aguas revueltas, tan revueltas estaban que ni los propios lugareños sabían cómo hacer para controlarlas. Se levantaban por las mañanas húmedos y mojados. No es lo mismo estar lo uno o lo otro, no señor!

Antes de que las aguas pensasen por cuenta propia, lo hacían por natural sentimiento hacia todo lo que tocaban, tanto es así que eran las amantes de las plantas y los arboles, hijas de las nubes y del sol, fieles compañeras de juegos de todos los animales, incluido el hombre, al que querían de especial manera.

A causa de esto los hombres estaban húmedos y el agua siempre estaba a su lado. Lagrimas en la emoción, saliva en las palabras, pis, mocos o sudor en el esfuerzo, todo lo que hacían estaba relacionado con el agua; vivían en las orillas de los ríos o junto al mar, ninguna aldea estaba desprovista de un buen pozo o una fuentecilla que acababa convirtiéndose en laguna o a lo largo del tiempo en lago, dándose casos de llegar a tal amplitud que se hacía mar. Eso era estar húmedo y feliz.

Estar mojado era una condición que se estaba dando en los últimos tiempos. Al principio no había sido muy notable el asunto, la alegría en el caminar se había hecho palpable con la construcción de miles, cientos de miles de puentes. Las gentes eran capaces de puentear un rio antes que hacerse una casa y una vez que lo habían construido se pasaban el día cruzándolo, unas veces corriendo, como haciendo ejercicio y otras paseando, intentando cruzarse en el camino con esos otros lugareños que fuesen de su agrado y se paraban en la mitad a charlar gustosamente. También se utilizaban los puentes para el amor, generalmente al atardecer, cuando la luna alumbraba por su cuenta y daba a todo unas sombras plateadas dignas de un gran momento. Andaban tan a lo suyo que no se percataron que a las aguas no les gusta que las anden tapando por cualquier motivo. En el afán que tenían había tantos pasos en un mismo lugar que quedaba cubierta toda la capa de agua y esta se entristecía sobremanera, casi hasta el punto de secarse.

Algunas veces se enfadaba y en modo lluvia caía con toda la fuerza posible, tanto que arrastraba las piedras o los maderos que ellos habían puesto en su camino. Esas cosas acababan haciendo montañas y las montañas cordilleras y las cordilleras nuevos trozos de tierra donde no crecía nada porque el agua estaba enojada. Era en esos momentos cuando todo se mojaba y las gentes esperaban pacientes a ver si se le pasaba para volver a estar solo húmedos.

En esa época los pájaros hablaban con los otros animales, todos podían comunicarse estupendamente. Muchas aves bajaban a la altura de los humanos para decirles que no podían seguir haciendo eso, que era una manera egoísta de vivir, que se tenía que pensar en las consecuencias que tanta construcción podía acarrear. Ellos, las miraban despectivos ¡qué sabría un pájaro del agua! Estos volantines ni siquiera pueden llorar.

Un día de buena mañana vieron asombrados como había subido mucho la marea, tanto que algunos despertaron flotando al lado de sus zapatillas; otros habían sido arrastrados por las corrientes hasta quedar varados en las faldas de las montañas de escombros.

Todo aquello que les parecía tan bonito y tan gustoso de ser puenteado, había cambiado. Los que pudieron treparon por las montañas, por las cordilleras y llegaron tan alto que podían ver como había quedado lo que antes era un lugar hermoso para vivir.

Los animales también tuvieron que trepar, pero no todos subieron a las montañas, algunos se quedaron en el agua y es por esto que nacieron los peces… Las gentes no sabían que hacer, cada vez había menos tierra y más agua y estaban… definitivamente mojados y no húmedos. Lamentaban ser tan bobos y no haber aprovechado lo que tenían.

Andaban los ahora mojados mezclando las lagrimas con los mocos y el sudor y todo empezaba a parecer que no tenía remedio. De las muchas aves que rondaban aquel desastre, había unas que metían unos ruidos insoportables, parecía que se reían, pero nadie contaba nada gracioso Algunos se dieron cuenta de que, a su modo, ellos eran los causantes de tanta risa. Era del todo cierto, las llenas de plumas con picos anaranjados no podían parar de reír, a su modo, que era un poco desentonado y estruendoso, se estaban muriendo de risa. Una de ellas, la más grande de todas, la más blanca; que eran totalmente blancas en esos años las gaviotas, se puso sería. Hizo un gesto con un ala y todas las demás se callaron. Los pájaros no estaban terminados, todos eran muy parecidos y sus plumas rugosas, para nada suaves, solo les distinguía el tamaño. Unas eran enormes y cabezonas, con unas patas alargadas como cañas; otras podían ser chiquititas y nerviosas, saltarinas tontas que no pueden parar.

A veces cuando las nubes cubrían el cielo, con su color más suave, no se las distinguía si no te miraban a los ojos; estos, los ojos, los tenían realmente muy oscuros, tanto como la noche.

La gran voladora hizo uno de sus magníficos vuelos, planeó sobre las cabezas de aquellos animales tan tontos que no sabían volar y después de un rato de exhibición donde quedó demostrado lo bien que volaba, se posó encima de un saliente y habló:

.- A ver, ¿quién es el que manda aquí?

Los humanos no sabían que era eso de mandar, ni nada parecido, porque entre ellos siempre se había dado un sistema de igualdad, donde nadie era más que nadie, solo se sentía alguna grandeza cuando se terminaba uno de los puentes y todos se acercaban a ver lo bien que había quedado, o en su singularidad, era un autentico puente del amor.

.- No sabemos que es eso, pero podemos aprender. Fíjate si aprendimos que una rata nos enseño a hacer puentes e hicimos muchos.

.- Esta visto – dijo la gaviota – que no solo sois tontos, además no tenéis ni idea de las consecuencias que acarrean las cosas que uno hace. No sé si tenéis remedio…

.- Por favor, ayúdanos!

Esto lo dijo sin saber muy bien lo que decía, porque tampoco habían pedido ayuda a nadie nunca, todo era colaboración. La gaviota que por mucho que fuese un pájaro de los que no pueden llorar, se sintió apenada por aquellas gentes que en pocos días acabarían muertos en tan pobres montañas.

.- Bien, nosotras os ayudaremos a salir de esta, pero algo nos tenéis que dar a cambio. Algo que hace mucho tengo ganas y a vosotros os sobra.

.- Por favor, di que es lo que deseas y será del todo vuestro. Lo único que queremos es volver a vivir al lado del agua, ser gentes solo húmedas y no mojadas, ni secas como ahora.

Como ya habían llegado a un acuerdo la gaviota se fue volando a reunirse con los demás pájaros que poblaban el cielo. Por unas horas todo se volvió oscuro, no por las aves que eran blancas, más bien porque taparon el sol de tantas que allí se congregaron. Casi se quedan sordos de las voces que daban. Discutían como volver a colocar el agua en su sitio. Todos saben que es muy escaposa, si la intentas tomar en las manos, se escurre y no hay manera de sujetarla. La gaviota grande y bonita, era también el pájaro más listo de todos, mucho más que esas tontas grullas que andan por la tierra como si bailasen o que unas con forma puntiaguda, famosas por lo alto que ascendían y lo en picado que bajaban.

.- Bien – dijo la gaviota – vamos a hacer una cosa, solo una por una vez y aunque nos costará trabajo, conseguiremos que todo el agua vuelva a sus respectivos cauces.

Aquella multitud de aves se pusieron por una vez de acuerdo, casi en formación. Primero las aves más grandes, los cisnes y pelícanos; luego las medianas para terminar con las pequeñitas nerviosas. Un grito impresionante surcó el cielo y al momento todas ellas se lanzaron al agua, por tiempos… Entraban las enormes y se zambullían enteras… al momento salían para dejar paso a las medianas y luego a las pequeñas. Se encaminaron a las cordilleras hechas con pedazos de puentes y dejaron caer allí el agua que habían recogido con sus plumas. Al cabo de unas horas había bajado el agua que cubría todo y los árboles ya se podían ver, así como muchas plantas, que ahora estaban enormes de tanta agua que habían bebido.

Muchos peces quedaron esparcidos por los campos, dando bandazos e intentando llegar de nuevo al agua. Los humanos bajaron corriendo y también empezaron a saltar, estaban tan contentos por ir secándose… No había quedado ni un solo puente, pero esto ya no les importaba, ahora se lo pensarían dos veces antes de hacer nada parecido. Al poco tiempo la gaviota se puso sería e instó a que cumpliesen con lo prometido.

Las gentes corrieron a coger todos los peces que ya poco se movían y a quitarles las escamas. Hicieron montañas enormes con todas ellas y los pájaros bajaban y se rebozaban en ellas. Unos no quisieron y se quedaron blancos, otros lo hicieron demasiado y sus plumas tomaron unos colores brillantes, variados, increíblemente bonitos. Desde lo alto las gaviotas miraban la escena de como todos los pájaros se coloreaban y cuando ya casi todos lo habían hecho los humanos se juntaron para dar las gracias.

.- Gaviota… ¿y vosotras, no queréis colores?

Las pobres que habían dejado paso a todos los demás, casi habían olvidado que ellas también querían tener un nuevo diseño. No quedaban muchas escamas y las pocas que se veían en unos pequeños montoncitos estaban demasiado manchadas como para darles tonos vivos. Entonces los hombres hicieron un caldo con esas escamas por ver si se podía hacer algo. Al cabo de un rato había una sopa oscura. La gaviota se lo pensó y vio que era la última oportunidad para poder tomar color. Se lanzó en picado a ese caldo…

Quedó con un tono gris, un poco triste. Esto no era lo que esperaban. Las gentes se apresuraron a limpiarla pero solo lo consiguieron a medias. Tenía una parte blanca y otra gris. Esto no podía quedar así, pobrecillas, con lo bien que se habían portado, ahora iban a ser las voladoras con peor tono de todas.

Unos que andaban a la orilla del mar se lanzaron a pescar a ver si podían conseguir algunos peces a quienes quitar las escamas y solucionar esto. Solo consiguieron que los pulpos se enfadasen y les lanzasen toda la tinta que tenían para estos casos de susto. Con eso en las manos y gran pena en su corazón, acariciaban a las buenas gaviotas.

Es por esto que estos pájaros son de color blanco, gris y negro, porque no quedaban más escamas para poder pintarlas. Ahora todas las gaviotas tienen un sitio preferente en los puentes, que se hicieron pocos para no enfadar al agua.

Y fin.