Esto eran unos animales más o menos normales en un trozo de río, más o menos dulce y desde luego, con las aguas tibias, a veces calientes, tanto que suelen llegar al punto de ebullición.
Pero eso solo pasa una vez al año y es entonces cuando todos los patos, el cisne, las pollas de dulce, las gaviotas y los recunchos, salen del agua y se cuelgan en un único árbol que hay la pequeña isleta, que no es más que una roca seca, cuando no está mojada, y que no tiene otra peculiaridad que ser rugosa, pequeña; seca y rugosa, como si fuese un banco de princesas, tan necesario para que no resbalen los que allí se posan. El árbol da sombra por los cuatro costados, esto era una ventaja.
Se vieron de casualidad. Ella, la P.M. (voy a usar solo las iniciales, porque no deseo que se den por aludidos si leen esta, su historia) prosigo, ella, la P.M. más lista de todas las patas de este su charco, tenía a bien imitar a otro de los animales populares, al pavo, y solía hacer lo propio delante de P.H. que era un gracioso y tontorrón pato, sin más interés que el mostrarse como un exquisito poulet (así en francés) que lo había visto en una revista que flotaba por la orilla de los pequeños pájaros salvajes y que estos pensaban era una imagen de un monstruo de la naturaleza, que no soportaba el agua y por esto, tal que pasaban unas horas, se iba diluyendo poco a poco, hasta desaparecer en el fondo. Le tenían miedo, sí, pero solo era cuestión de horas. El P.V. lo vio, sopesó la guapura de aquel tipo desplumado tan francés y llegó a la conclusión de que eso, eso quería llegar a ser.
De mientras, mientras esperaba que llegase alguna indicación más, de cómo alcanzar lo de ser francés, se pasaba todo el tiempo mostrándose a unos y a otros, con cierta prepotencia, la que tienen los que creen que su futuro cuanto menos está despejado. Otra cosa es si luego ocurre, y de no suceder, serán por lo menos embargados por un sucedido inesperado, cosa que le proporcionará largas charlas en las reuniones que solían tener encima de la isla-roca.
Este día, ella estaba especialmente pava y él singularmente poulet.
No podría ser de otra manera pero fue un amor a primera oleada.
Ella no dejaba de ponerle caras, hacía gestos que más parecían de una pata contorsionista, que de una sensata criatura que quisiera y la cosa no era para menos… este pato prometía…
Es normal que entre los de esta clase de aves, llamados ánades entre los que han estudiado, se conforme un lazo importante, tan importante es que se comparte entre otros de su singular ralea. Los patos no son así, porque sí.
Hubo un tiempo en que ellos eran más grandes, poderosas aves de cualquier paraíso, lo que queda demostrado en la forma casi oblonga de sus huevos, que además tienen dibujos concretos. No son como los de las gallinas que pueden ser blancos o tostados, ni como los de las codornices que tienen unas manchas feas y difusas. Los huevos de pato, son de seda, seda estampada con bonitas flores de mil colores.
Es difícil que esto se vea con la simple luz del día, o de la noche, cosa normal, incluso con una bombilla de doscientos vatios, imposible. Se da el caso de que muy rara vez coincida que una aurora boreal enfoque un huevo de ellos, de ser así todos verían lo que digo y cuento.
La P.H. le hablaba en francés, que había aprendido al prestar mucha atención a los turistas que a veces llegaban para molestar a los pequeños e impedidos peces que por la charca se encontraban. Ella, como nunca supo este curioso idioma, no sabía lo que le decía y así pues le podía estar contando que el del hotel le había dicho que esa noche tendrían bailes de salón en el salón, o lo que es lo mismo: Dame, ce soir, nous vous proposons la danse de salon dans la chambre rose. Nous espérons que votre visite. Pero esto daba igual, porque el otro P.V. no entendía lo que expresaban en esa lengua, nunca lo entendió, solo quería ser un poulet famoso.
Así pasaban la tarde. Uno mirando las tonterías que la otra hacía y pensando que no era capaz de decir nada serio, por muy francés que fuese. Hubo un momento, cuando se iba que creyó escuchar: Oh! Mon dieu! Regardez la maman, que le poulet si jolie. Non, peu fou, c’est un canard, un canard ne vaut pas pour le foie gras.
Esto sí que le emocionó y desde entonces, se divirtieron juntos todos los días del verano; repitiendo francés y soñando con la grandeza de tener muchos poulettes.