Nadie sabe cómo llegó hasta ese lugar, ni siquiera dando explicaciones de esas que parecen tan entendibles y que en este caso, se notaba a la legua, que era una página en blanco al inicio de un libro. Es por esto que le llamarón Cortesía, porque era blanca y risueña, y siempre estaba dispuesta a presentar todo aquello que le rodeaba; lo contaba de tantas maneras bonitas que dejaba a todos impactados y luego nunca sabían cual escoger.
Ella apareció en ese momento que dicen “dado” y lo dicen porque así es, un momento de muchas caras y más expresiones, con dedicatoria principal, una que sorteaba las camas, las mesas y se quedaba con la fina línea de los estantes. El lugar es el que es, un pequeño gran espacio donde se resguardan de las inclemencias los libros. Su padre podía haber sido una enciclopedia y su madre un diccionario; dos que se mezclaron una tarde de cuestiones y dudas con ganas de ser resueltas y se resolvieron de la mejor manera, pasando página y llegando con los índices a lo que realmente querían.
Vida cierta tuvo, la que parece real porque en estando blanca te van llenando de palabras que significan algo. Te cuentan que además de estar impresas te las tienes que imprimir muy dentro y que luego te premian por esto. La premiaron y se fue de viaje al país donde no usaban letras.
Sin darse cuenta Cortesía se quedó, una noche y un día, encerrada en la casa del Libro Familiar y allí sigue. Nadie sabe cómo llegó hasta este lugar, porque lo suyo hubiese sido volar o correr por los cielos, nadar entre las personas o escalar hombres de películas. Allí se despertó y a la que quiso andar se hizo el suelo a ladrillos de tomos con tapas de colores sienas tostados; las paredes, que en un principio ni siquiera lo eran, se fueron conformando a base del relleno de los pegamentos que unen los lomos y las dobleces del cartón. En amarillos se quedó el tacto, con emblemas y ventanas.
Ella se movía como una lagartija por todas partes, mirando, tocando, investigando y sorbiendo cada letra que por la puerta pasaba, que ellas, las letras, se habían enterado del mejor lugar para estar.
Las gentes se acercaban para verla. Al principio la cosa funcionó bien; movía un dedo y aparecía un marca páginas, si era una rodilla se desplegaba un mapa, y si el brazo entero un libro rodaba por el suelo saliendo de ninguna parte. El local se estaba llenando de libros y de las vidas que hay en los libros y de las vivencias que se descubren y que con gusto Cortesía te dejaba ver.
No sabía cómo, pero allí estaba ella en su librería, escupiendo libros con cada movimiento y recibiendo gentes de todas partes que deseaban uno de esos ejemplares.
Hubo más cortesías por el mundo, amigas de los que escriben historias y de la gente de bien; escupidores de tomos y hasta revistas, tan sabios que los que se acercan sienten que ese es el lugar donde mejor están.
{Dedicado a Librería Molist de Coruña. Amiga mía.}