ENTENDIENDO A LAS PLANTAS

Imaginé a las plantas de mi balcón hablando de mí, y no a mis espaldas, lo hacían descaradamente a la cara ¿Y cómo lo sé?
Un día caminando por uno de esos caminos de la sorpresa, uno por el que te metes sin pensar y coincide que reconoces el sol o las cuatro nubes que lo bailan y ese muro te suena familiar, y sigues caminando porque tropezaste con una piedra que te hubiese dado las gracias de haber hablado; ellas, las piedras, aman el roce, es por esto que muchas se ponen en el centro de los caminos para que las toques. Tengo entendido que les da puntos frente a otras piedras y que en el futuro serán las que los arqueólogos toquen en primer lugar. A más roces con ellas, más posibilidades de acabar en un museo, incluso salir en televisión.
El camino se hace angosto, como una cintura estrecha, con algunos árboles que también son lo que son, chismosos, y muchas plantas de distintos tipos.
Dicen que todos los caminos conducen a Roma, pero es falso, hay centenares, miles, de caminos que no conducen a ninguna parte en concreto, que solo son vías que alguien hizo, incluso poniendo solo sus pies ahí por una única vez y esa vez, el caminante se siente seguro, pero no es cosa suya, las plantas, las piedras, colaboran para que esto ocurra.
Hay algo con lo que la propia naturaleza no cuenta, nunca lo calcula cuando ve un caminante. Lo ve, se emociona y lanza mensajes de apartarse y todos corren al mandato porque les encanta que por ahí pasen los humanos, aunque sea uno despistado; no cuentan con que hay un momento en que te gusta parar y sentarte en alguna piedra prominente, o un tronco medio limpio, o quizás en el mismo suelo acolchado por hierbas varias que no den la sensación de que te quieren comer.
Me senté en lo que pude, un buen pedrusco de cabeza plana y limpia.
Estaba en lo que se está cuando caminas por un camino de estos, observando y pensando, y no en lo mío, porque algo tiene el campo que te hace pensar en lo otro, que lo mío siempre está rondando, sea en la ciudad o la playa. En el campo una piensa en lo que observa. En la vida de los viejos árboles que siendo como lo del vaso medio lleno o medio vacío, una piensa en que dan sombra o quitan luz, y ellos ahí perennes, viviendo a cámara lenta el devenir de los días. También pienso en las plantas y el modo que tienen de ir ocupando el espacio.
Hay algunas que se lo montan solas, sin otras compañeras alrededor y otras que se mezclan apoyándose unas con otras, diría que casi es algo erótico en el mundo de la botánica, poco estudiado por otra parte.
Estaba mirando un resquicio por el que el sol entraba de rayo y todo parecía más vivo que por los alrededores, y no sé cómo empecé a escuchar.
Qué raro, pensé que les había escuchado, lo volví a pensar y lo deseé con fuerza, ya sabes, esa forma de desear con muchas ganas y que solo tiene dos caminos, se cumple o no se cumple el deseo, pero que al ser con fuerza tienen más probabilidades de cumplirse y se cumplió. Las escuchaba perfectamente.
Hablaban de mí haciendo conjeturas, que si era muy fea, que si vieja, que si con unas hojas lobuladas estaría mejor… lo que más me molestó es que no paraban de hacer ruidos desagradables, todo para indicar lo mal que olía.
Había una especialmente desagradable, con un tono de voz muy agudo y molesto. No paraba de insultar, a mí y a los que tenía alrededor. Me agaché a ver quién era y cuando la localicé le quité un par de hojas, me las llevé a la nariz y también hice un gesto de asco. La pobre no olía nada mal, al contrario, tenía un agradable perfume y me enternecí, le pedí perdón por haberle quitado las hojas y le dije que para mí ella olía estupendamente.
Me levanté y en voz alta me excusé de lo mal que olía, del poco cuidado que tenía al caminar y de todo aquello que les hubiese podido hacer en detrimento de su condición.
Una que parecía muy salvaje, así como espigada, me hizo un gesto de esos que de tener mano hubiera sido una peineta. Quizás esto no lo vi, solo lo imaginé.
Sé que las plantas en general están muy enfadadas por el poco respeto que les tenemos, ni se valoran, ni se les tiene en estima. Somos capaces de llamarles “malas hierbas” o de encerrarlas en macetas y no digo nada cuando nos las comemos con esa alegría… Llegará un día que todos sientan que las plantas también son “personas” más que nada porque tienen personalidad y desde luego, hablan.
El lenguaje de las plantas es, no es castellano, ni francés, o chino, las plantas hablan con tonos inaudibles para nosotros, y creo que se entienden entre ellas porque hay una red que les une, que por mucho que estén dispersas la tierra les sirve de antena o algo así.
Me fui caminando despacio, mirando al suelo cada vez que ponía el pie y pidiendo perdón todo el rato. Casi agradecí pisar la brea del suelo.
En la carretera iba calibrando todo lo que había escuchado, nada bueno, ni tampoco algo que nos diese una solución. Ellas esperan su momento y llegará, lo cubrirán todo. Los árboles, a pesar de sus proporciones, son menos valorados que las plantas pequeñas, pero también tienen su parcela de poder; creen que su lenguaje está más perfeccionado, porque con las raíces cubren más espacio.
Lo de que nos las comamos les sienta muy mal, ellas no se comen a nadie y crecen igualmente y creen, a ciencia cierta, la de ellas, que el día en que nosotros, los humanos y los animales, empecemos a vivir del sol, del agua y como mucho de la tierra, entonces, solo entonces, seremos dignos de llamarnos naturales y ser parte de la naturaleza misma.
Estoy en el balcón y las escucho. Estas pobres que están secuestradas por mí, se han vuelto cotillas, han aprendido muchas de nuestras costumbres, aunque las entienden muy mal o simplemente no las comprenden. No les he dicho que les percibo en su hablar, pero sé cuándo quieren agua y cuando me he pasado, que no les gusta que esté fría y que las flores que dan son de obligado cumplimiento, que de ser por ellas no lo harían.
“Así, verde, es la vida” dicen de forma habitual, y también que huelo mal…