Tengo en Enciernes una duda que se compone principalmente por un interrogante pesado; son pesados los interrogantes estos, no se les puede dejar solos ya que es posible lo vayan tiñendo todo con ese tono amarillento que usan para definir las preguntas. He ido dando toques suaves a los vecinos y solo consigo engordar más y más mi duda. Ya poseo una de tamaño considerable, enorme, diría yo. Gran duda, me dicen. Y voy cargada de un lado a otro, intentando buscar una respuesta. He añadido nuevas dudas a mi duda, y lo estoy empeorando. Me sobrepasa en altura esta situación, y no es una duda de esas herméticas, cabezonas con lo suyo, imposibles de tranquilizar, que no de responder. Es más bien una cosa amable, simpática y hasta cariñosa… la muy ladina… Uno cree tener varias, las justas, pero está engañado, es la misma y no te mira con buenos ojos.
Por fin a la plaza llegué y allí, todos mi duda vieron. Corrían los niños a su alrededor, y las madres les gritaban desde lejos que no la tocasen, porque estas dudas suelen ser contagiosas y luego hay que organizarse para sacárselas de encima. Me vieron tan preocupada con la pesada carga que tuvieron a bien ayudarme. Se la comieron con una rica ensalada de legajos donde están escritas todas las respuestas.
Día 12 de abril, 2014
En Enciernes te puedes encontrar legajos, cientos de legajos por todas partes. Unos solo son lechugas encantadas, que lo están, porque en ellas escriben sus historias los lechugadores, que son los que las cuidan y las ayudan a nacer, algo así como las comadronas, pero de lechugas. Hay pequeñas discusiones entre los que utilizan las finas patatas cortadas en láminas y los de las estilizadas cañas del bambú; unos dicen que un legajo debe ser naturalmente plano y otros se las apañan para todo lo contrario, usando a bien su entender les rote por las mañanas. Y es que aquí, en Enciernes, todo lo que ha de ocurrir se escribe, en siendo un suponer. No crean ustedes que este lugar ya está predeterminado, para nada señores, más bien lo que está es deseado y como en cada uno de sus habitantes hay un escritor, un músico o un pintor, es posible que quieran dejar constancia incipientemente, luego si las oportunidades caen, como el rocío, justo cuando el cielo abre uno de sus ojos, es de cierto que se animen. Canta el que escribe, pinta escribiendo el que canta y así en cada recodo puedes encontrar una historia sin fin, qué esto es lo mejor, nada se da por terminado.
Día 13 de abril, 2014
En Enciernes hay un señor que tiene una pequeña cajita con todas las palabras. Allí dentro se encuentran todos los signos de admiración, las comas, los interrogantes, el punto y final… y miles de palabras, la cual más bella. Cuando te acercas a él suena una música, es la suya propia de acompañamiento, la que describe el día que tiene. Si está feliz y contento por haber repartido muchas palabras, la tonadilla es alegre, casi divertida; pero si por la contra, las gentes en su natural avío no recogieron algunas o fueron pocas, la canción se muestra tristona, como una música de esas que necesitan de muchos instrumentos y solo salen de una pequeña flauta de pan, parece angustiada.
Me acerqué con la idea de pedirle un par de palabras bonitas con las que hacer una frase que me acompañase en el día. Una que dijese lo feliz que uno se siente en este lugar y que sonase como suena mi respiración cuando camino por la orilla del mar o de un río.
Tomó la cajita con sumo cuidado, sopló un poco el polvo de la tapa, que no es por dejadez, es porque… ya se verá el motivo… Como le había pedido un par de palabras y no una, que es lo suyo, las tomó al descuido, dejando que fuese la mano inocente la que hoy me hiciese llevar la voz por el mundo. Allí aparecieron dos impresionantes y bellas palabras, una era un singular adjetivo y la otra una hermosa preposición. Me las mostró, como lo hace con todos, acercándomelas mucho a la nariz y las sacudió, entrando por mis orificios con un picorcillo similar al que uno tiene cuando mete la lengua en un cuenco de guasabi. Estornudé, un estornudo de esos en que parte de tu cerebro se menea al compás y en esas no salió nada. Al resto de los habitantes de Enciernes les sale un polvillo dorado que es el resto de las palabras absorbidas del día anterior, por eso la cajita tenía polvo en su tapa. Ahora puedo caminar segura de saber el nombre de todo lo que veo, poder darle un bello adjetivo y tener siempre a mi lado una buena preposición, por si las moscas.
Día 14 de abril, 2014