Habían quedado la Ilusión y la Esperanza en la esquina, esa en la confluyen la calle Desengaño y la avenida de Feliciano García. Llego primero la Esperanza que sale de casa con tiempo y aunque anda despacio llega puntual a todas partes; al minuto la Ilusión hacía gestos para que desde el otro lado de la calle ella la viera. Se abrazaron como siempre hacían apartándose luego un metro una de la otra para verse bien.
-Siempre estas guapa Esperanza.
-Tú sigues iluminando por dónde vas.
-Dejémonos de palabras. Caminemos.
Se encaminaron avenida arriba, hacia el final de la ciudad; el camino era largo pero no les importaba, el que sabe hacia dónde se dirige tiene medio camino hecho. Hablaban del hombre al que en homenaje habían dedicado la calle. Todo el mundo sabe que fue él quien instauro el sorteo y que pasados unos años acabó siendo una cosa más en las maternidades. Feliciano García, no se llamaba así, todos lo conocían como Félix El Ingenioso. Desde muy pequeño había dado muestras de tener una inteligencia excepcional, quedando claro para todo el mundo cuando descubrió que con solo llamar a las cosas por su nombre estás se convertían en realidad. Algunas palabras no gustaban mucho y se empeñó en cambiarlas. Cuando hubo renovado algo del lenguaje puso en camino una nueva manera de llamar a las personas. Entre todos decidieron que para tener armonía en la vida se necesitaban nombres cuyo contenido fuese el transporte adecuado para conseguir la felicidad. Se hicieron consultas a los sabios y se leyeron todos los libros escritos, incluso las notas de algunos autores y al final se decidió que los nuevos nombres serian: Ilusión y Esperanza. Daba igual que fuesen varones o hembras, estos nombres cabían en todas las personas. Se sortean los nombres en la maternidad, cara, Ilusión, cruz, Esperanza. Así lo hicieron y ahora, en estos momentos toda la población disfruta de ello.
Nuestras chicas llegan ya al borde de la ciudad, atrás dejan los edificios de colores que tanto decoran, al frente hay un prado con una calzada ascendente rodeada de flores. Es inevitable oler el aroma que desprenden, antes, cada una de ellas, las plantas, tenían un nombre con el que se identificaban, después de la renovación, gracias a Félix se decidió que nunca más se necesitaría clasificar a las personas, ni a las cosas y que era mucho más práctico que todo se unificase. Los árboles se llamaban así, árboles; los peces, peces, sucesivamente con todo lo que les rodeaba. Al final del camino estaba la Nada.
Ilusión y Esperanza habían caminado mucho hablando de las cosas que les rodeaban, esas que por obligación solo podían dar felicidad; todo era tan sencillo que cuando descubrieron que se amaban no pudieron por menos que asustarse. Eso no tenía nombre y de tenerlo hubiese sido una palabra nueva. Se nombraron una a la otra de diferente manera, jugando con silabas que sonaban bien.
Llegaron al final del camino, donde se corta a tajo la montaña y nada se ve. Se besaron, se abrazaron y una mirada bastó para saltar las dos a la vez al vacio. En ese momento supieron que la Nada es pareja del Vacio.
Durante un rato caían unidas por las manos y solo el viento cálido que las acariciaba les hizo soltarse; cerraron los ojos esperando llegar a alguna parte, un suelo blando hubiese estado bien. Se descalabraron porque lo que no esperaban es que en el fondo de aquella Nada estuviesen escondidas todas las necedades que sin duda, no tienen nombre.