Hubo un hombre que tenía una gasolinera. Cada día el negocio andaba peor, pocos tenían dinero para gasolina y mover el coche era algo que solo se hacía si era necesario.
Como siempre que las cosas andan mal, el repaso a la maquinaria es lo último que se hace y se estropeó la bomba. Su padre saco la vieja máquina dispensadora que trabaja con energía humana y tuvo que contratar un muchacho fuerte para que accionase la palanca.
El servicio era lento y en ocasiones los clientes se desesperaban. Su hermano que no tenía un pelo de tonto y que era el encargado de la máquina de limpiar coches le dijo que bien podrían cambiarla de sitio. Y en vez de estar parada estropeándose se podía colocar justo antes de la entrada a la toma de gasolina. No le cobrarían nada más que la propina al cliente y a cambio solo tendría que estar unos minutos de espera antes de tomar combustible.
La idea se hizo realidad y al poco tiempo contrataron otra persona para ayudar en el limpia coches.
Su mujer que tenía la esperanza de casar a sus dos hijas o cuanto menos que se independizaran pensó que nada había más simpático que unas jovencitas maduras sirviendo cafés y bollos. Les puso un uniforme luminoso y un delantal con las iniciales de la empresa POC (Placid Oil Company) Ella hacia los bollos en su propia cocina. Como gustaban mucho la gente encargaba algunos para su almuerzo. Contrató dos personas más, una para el horno y otra para servir los pedidos.
Los clientes estaban tan contentos con esta nueva manera de dar servicio que preferían aprovechar su tiempo tranquilamente tomando un café con bollos, limpiando el coche por una propina y sabiendo que la gasolina servida a mano es mucho más rica que de ninguna otra manera.
Esta es la forma de actuar de una familia emprendedora. El señor Placid y su familia al tiempo montaron una cadena de gasolineras con servicio de limpieza. Daban trabajo a numerosas personas por lo que le fue concedido
Richard Price para el Selectiones Reager Digesto.